Por Jorge Cabrera
En lo profundo de un valle sanjuanino, un grupo de pequeños productores decidió apostar no solo por el vino, sino también por un estilo de vida comunitario. Entre caminos interrumpidos, distancias eternas y la energía del trabajo en conjunto, posicionaron un valle, que va mucho más allá de lo que se sirve en la copa.
Vivir y elaborar vino en este rincón de San Juan, estamos hablando del Valle de Calingasta, parece, para muchos, “una locura”. Sin embargo, para quienes eligieron este lugar, es una decisión de vida. El aislamiento —a más de 200 kilómetros de las grandes ciudades como San Juan o Mendoza — los llevó a forjar un espíritu colectivo único.
“Estuvimos varios años con el camino cortado, recorriendo 400 kilómetros para llegar a la ciudad. Eso encarecía todo, pero también nos obligó a organizarnos distinto”, Leandro Ruiz, enólogo de Finca La Baguala, en Barreal. La experiencia fortaleció vínculos y dio forma a un modelo de trabajo asociativo, donde cada uno aporta lo suyo: desde quienes colaboran en la viña y la bodega, hasta vecinos y amigos que participan en la vendimia.

Ese entramado colaborativo también se refleja en lo enológico. Los productores del valle se acompañan, comparten pruebas, degustan juntos y se dan devoluciones sinceras sobre cada cosecha. “Somos amigos, vivimos en el mismo pueblo, nos cruzamos a diario. Aunque hacemos otras actividades, lo común es que todos vivimos del vino y hablamos de él todo el tiempo”, cuentan.
El resultado es un ecosistema donde trabajo, amistad y pasión por la tierra se funden en cada botella, demostrando que producir en condiciones extremas no solo es posible, sino también profundamente enriquecedor.
En ese marco, Leandro nos cuenta algunas características de su viñedo.
“Los perfiles de suelo cambian dentro de la misma finca. En la zona más alta hay menos tierra, más liviana… Abajo, en cambio, el perfil es más ancho por los depósitos que deja el agua. Las plantas son más vigorosas y los vinos, distintos. Naturalmente, arriba el racimo es más chico, la planta menos vigorosa y el vino más concentrado, con cuerpo y una nariz más expresiva”.
Finca La Baguala comenzó a plantar viñedos propios en 2012, aunque la primera vinificación fue en 2008. El rasgo distintivo de la finca es su pendiente: ubicada en plena precordillera, toda la plantación se riega con agua del río Los Patos. Esa geografía marca la diferencia: una parte del viñedo se recuesta sobre la montaña y otra, junto a la bodega.
En total, son 3 hectáreas implantadas con cuatro clones de malbec, además de cabernet sauvignon, criolla y sauvignon blanc. Entre ellos se destaca un malbec sin madera, uno de los más auténticos y memorables del valle.